sábado, 7 de mayo de 2011

Glándula tiroidea y radiaciones


¿Existe algún tratamiento médico que contrarreste o anule los efectos de las radiaciones sobre el organismo humano? Parece evidente que James, el protagonista de la historia “Cuando el viento sopla” de Raymond Briggs, de la que hablábamos en nuestra entrada anterior, estaba convencido de ello:










Pero ya sabemos que James hacía gala de un optimismo entusiasta en todas las facetas de su vida. Y en este caso no puede decirse que estuviera, precisamente, muy bien informado.

Hemos sabido, no obstante, que en Japón el gobierno ha repartido tabletas de yoduro de potasio a los residentes de las inmediaciones de la planta de Fukushima, y sabemos también que otros países han hecho acopio de estas tabletas y tienen reservas disponibles de yoduro de potasio para utilizar en casos de emergencia.

Veamos, entonces, qué efecto tienen.

La glándula tiroidea (también llamada tiroides) es una glándula que tenemos alojada en la parte anterior del cuello. Produce hormonas imprescindibles para el correcto funcionamiento del organismo, pues juegan un papel esencial en el metabolismo. Para la fabricación de estas hormonas es necesario el iodo (que también puede escribirse “yodo”), por lo cual la glándula tiroidea capta el iodo de la sangre. Podemos decir que tiene “querencia” o “apetencia” por el iodo que lleva la sangre, y lo absorbe para utilizarlo como elemento fundamental en la fabricación de sus hormonas.

Pues bien, sucede que el iodo radiactivo puede ser uno de los elementos que se liberen al ambiente en caso de un accidente nuclear. Si pasa al organismo humano, será captado por la tiroides. Esta glándula no discrimina entre iodo radiactivo o iodo no radiactivo: si es iodo, se lo queda. Ese es el motivo por el cual en caso de personas sometidas a un exceso de radiaciones es frecuente el cáncer de tiroides: el iodo radiactivo es nocivo para la glándula, y puede producir en ella la aparición de un tumor.

El yoduro de potasio, como su nombre indica, tiene iodo en su composición: iodo, claro está, no radiactivo. El iodo de las tabletas es absorbido por la tiroides, y de esta forma la glándula tiene menos apetencia por el iodo radiactivo, pues cubre sus necesidades con iodo no radiactivo. Ese es el mecanismo (¡así de simple!) por el cual el yoduro de potasio protege a la tiroides del efecto del iodo radiactivo, disminuyendo la probabilidad de aparición de cáncer de tiroides en las personas expuestas.

No obstante, su utilidad es limitada. Por una parte, únicamente puede tomarse a dosis moderadas, pues de lo contrario tendría efectos tóxicos. Además, si el daño ya está hecho, no lo revierte. Por otra parte, de lo expuesto puede deducirse que si la contaminación radiactiva está causada por elementos diferentes del yodo (como plutonio, cesio o estroncio), esas tabletas no tendrían efecto alguno. Y, finalmente, su efecto no es general sobre la totalidad del organismo: en el mejor de los casos, el único órgano que resulta protegido es la glándula tiroides.

Aunque tiene la utilidad descrita, no se trata, por tanto, de ningún medicamento mágico que revierta o anule los efectos de las radiaciones sobre el organismo humano.

Lamentablemente, entonces, las elevadas expectativas de James estaban condenadas a verse defraudadas. Pero, en honor a la verdad, probablemente a ninguno nos extraña en exceso esa confianza en la existencia de un remedio farmacológico que solucionara su problema: porque vivimos en una sociedad que con frecuencia busca soluciones médicas (mediante el empleo de procedimientos o recursos médicos diseñados para tratar enfermedades) incluso a problemas que, en esencia, no son problemas médicos, (aún cuando atañan al bienestar humano, como el envejecimiento, la infelicidad, la frustración o la soledad). Sobre este fenómeno (que recibe el nombre de medicalización, término que en la fecha en que escribimos estas líneas aún no ha sido incorporado al Diccionario de la Real Academia Española) y sus consecuencias hablaremos, por supuesto, en futuras entradas de este blog. De momento, para ir abriendo boca, finalizaremos remitiendo al lector a un excelente chiste de Dave Coverly, aparecido el 15 de diciembre de 2009 en su página Speed Bump, que habla por sí solo y plantea una reflexión interesante sobre este asunto: