domingo, 11 de diciembre de 2011

¿A qué se deben las canas?


El pasado 9 de diciembre de 2011, el humorista chileno Olea presentó, en su blog Oleísmos, a Santa Claus relacionando la aparición de un pelo negro en su barba con su propio envejecimiento:























El color del cabello (al igual que el color de la piel) depende de un pigmento llamado melanina, que se produce en las células conocidas como melanocitos. La diferencia de color del pelo entre distintas personas depende de la mezcla de diferentes cantidades de dos variantes del pigmento (la feomelanina, más clara, y la eumelanina, más oscura), cuya proporción viene condicionada por factores genéticos. Lo habitual es que esa pigmentación varíe conforme avanza la edad del individuo. Generalmente, el pelo sufre un proceso que lo oscurece entre la infancia y la adolescencia. Después la tonalidad del cabello alcanza una fase estacionaria y posteriormente, con el paso del tiempo, los melanocitos pierden, primero, su función, y luego desaparecen: por ello, alcanzada la madurez, nuestro cabello pierde pigmentación, pasando primero a gris y luego a blanco, de forma gradual y no uniforme.

Aunque ese proceso de pérdida, irreversible una vez instaurado, no es exclusivo de los cabellos, sin embargo en la piel su manifestación no resulta tan evidente, pues ésta mantiene el color mucho mejor.

Canicie es el nombre que recibe la progresiva pérdida de color del pelo (cada uno de esos cabellos blancos se llama, entonces, cana), y es un hecho fisiológico: no se trata, pues, de una enfermedad, sino de un fenómeno ligado al inevitable proceso de envejecimiento a que todos estamos sujetos (como suele decirse al hablar de envejecimiento, “la alternativa sería mucho peor”).

En muchas culturas, las canas se han relacionado con sabiduría y conocimiento: cierto es que, en general (hay excepciones, pues existe la posibilidad de que aparezcan de forma precoz), la canicie fisiológica (también llamada de la senectud) puede relacionarse con la experiencia, y, por eso mismo, con la sabiduría ligada a la misma (como destaca nuestro refranero, “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”). Precisamente para indicar su longevidad, Papá Noel siempre se representa como un hombre viejo. Los rasgos fundamentales de su imagen actual se atribuyen al dibujante alemán Thomas Nast, quien lo presentó como un anciano obeso y bonachón en unas ilustraciones navideñas aparecidas en el periódico estadounidense Harper’s Weekly Newspaper a partir de 1863:

miércoles, 12 de octubre de 2011

¿De qué hablamos cuando hablamos de riesgos psicosociales?


Los riesgos psicosociales en el trabajo son muchos y muy variados, y pueden estar relacionados con múltiples circunstancias. Con ánimo didáctico, pueden clasificarse en cuatro grandes grupos:

1.- Aspectos relacionados con las características del empleo. La precariedad del trabajo, la percepción por parte del trabajador de la existencia de riesgos para su integridad física e incluso diversas condiciones físicas del medio ambiente de trabajo pueden constituirse en generadores de estrés. Lo mismo ocurre respecto a la organización del tiempo de trabajo: el trabajo a turnos, la nocturnidad o una jornada laboral excesivamente prolongada también pueden resultar perturbadores.

2.- Aspectos relacionados con las características de la tarea. La sobrecarga o la infracarga de trabajo, el exceso de responsabilidad, la repetitividad y monotonía de las tareas o un ritmo de trabajo excesivamente rígido sin posibilidad de modificación pueden condicionar también una importante sobrecarga emocional.

3.- Aspectos relacionados con la estructura de la organización. La falta de participación en la toma de decisiones o la imposibilidad de promoción en el trabajo son también factores que generan insatisfacción.

4.- Aspectos dependientes de las relaciones interpersonales y de la comunicación. Las relaciones interpersonales con los superiores jerárquicos, con los propios compañeros o con los clientes o usuarios constituyen un aspecto de extraordinaria importancia en esta materia. La dificultad de comunicación por falta de canales o medios, la excesiva o permanente implicación emocional del trabajador con los problemas de las personas a las que atiende y la violencia real (de cualquier tipo) en el entorno de trabajo o por causa del mismo son factores tremendamente relevantes al respecto.

Leído lo anterior, cabe preguntarse si realmente todas esas circunstancias pueden constituirse en factores de riesgo que condicionen una influencia nociva sobre las personas. Ciertamente, así es. Y sus consecuencias sobre la salud de los distintos trabajadores expuestos pueden sin duda resultar incluso más numerosas y más diversas que las que sarcásticamente enumera Randy Glasbergen en este chiste de 2009:


sábado, 3 de septiembre de 2011

Los "nuevos" riesgos psicosociales

Cuando leemos, en los textos especializados en materia de prevención de riesgos laborales, sobre los llamados riesgos psicosociales, no es raro encontrarlos acompañados por el calificativo de “nuevos”: los nuevos riesgos psicosociales.

Pero ¿son realmente nuevos?

Recordemos que nos estamos refiriendo a circunstancias como el estrés en el trabajo, el acoso laboral (también llamado mobbing), el burnout, la nocturnidad, ... ¿De verdad no existían esas circunstancias antes, o más bien se trata de una especie de moda, una tendencia reciente y creciente a prestar atención a algo que siempre ha existido, dándole ahora más importancia de la que se le confería en el pasado? Esta última parece ser la opción por la que apuesta, con desdén, el personaje que habla en este chiste de Manel Fontdevila, aparecido en Público el 3 de diciembre de 2007:












La realidad es que, sin lugar a dudas, estos riesgos y patologías psicosociales también han existido, en mayor o menor medida, en las actividades laborales de tiempos pasados, pero en la actualidad se dan una serie de circunstancias que hacen que el interés por ellos sea significativamente mayor.

Por una parte, en la sociedad actual, el sector de los servicios (el llamado sector terciario de la economía: transporte, comercio, enseñanza, sanidad, ...) tiene cada vez más importancia (hasta el punto de que se habla de la “sociedad de los servicios”), y ello incrementa, a su vez, la relevancia de los riesgos psicosociales: aunque dichos riesgos también pueden darse en los llamados sectores primario (actividades de extracción directa de bienes de la naturaleza) y secundario (actividades que implican transformación de alimentos y materias primas, la industria), generalmente resultan más evidentes en las actividades productivas orientadas a los servicios, pues en ellas tienen una importancia relativa mayor cuando se valoran respecto a otros riesgos laborales, como los físicos (sobreesfuerzos, golpes, caídas, ruidos, radiaciones, etc.) y los químicos (contacto con sustancias tóxicas, irritantes, ...).

Por otra parte, el desarrollo y perfeccionamiento del llamado Estado Social o Estado del bienestar (en el que los Gobiernos se implican activamente para dar respuesta a múltiples necesidades de los ciudadanos) ha hecho que los países desarrollados, una vez cubiertas las necesidades más básicas de bienestar material y seguridad, se preocupen por regular las relaciones sociales que se mantienen dentro de las unidades productivas, como factor relevante en la salud, la autoestima y la satisfacción de los trabajadores.

Finalmente, resulta evidente que, a medida que se van elaborando y aplicando normas jurídicas que buscan identificar y concretar esos riesgos psicosociales para conseguir su prevención, los configuran con protagonismo creciente no solo en el ordenamiento jurídico, sino también en la conciencia de los ciudadanos.

Forges, hace ya casi una década (concretamente, en su chiste publicado en El País el 15 de febrero de 2002) plasmaba su percepción de la mayor importancia relativa de estos riesgos (percepción acertada, sin duda, pues en aquella fecha ya estaban actuando los factores que hemos señalado arriba), relacionándola, de forma contundente, con la llamada globalización:



domingo, 7 de agosto de 2011

Bore-out


De vez en cuando, encontramos chistes gráficos que son significativamente parecidos entre sí: dos (o más) autores abordan un mismo tema, y lo hacen con un enfoque tan similar que uno puede creer que está leyendo diferentes versiones gráficas de un mismo chiste. Es lo que nos gusta llamar chistes redundantes, y nos resultan especialmente interesantes desde el punto de vista del objetivo de este blog, porque estamos convencidos de que no se trata de plagios (en ocasiones, aparecen de forma simultánea en distintos periódicos, prácticamente en la misma fecha, o procedentes de localizaciones geográficas tan distantes que no parece probable que uno de los autores haya podido verse influido por el trabajo del otro), sino de una misma interpretación de los mismos hechos: nos parecen una prueba evidente de que los chistes gráficos de la prensa periódica, aún siendo fruto de una ocurrencia individual, son reflejo de un sentir colectivo.

Trabajando en nuestra entrada inmediatamente anterior, la cual versaba sobre las paramnesias, hemos encontrado varios chistes en los que los personajes referían experimentar una sensación de déjà vu cuando ejercían su trabajo: una forma evidente de destacar el carácter monótono, repetitivo y aburrido de las tareas que dichos personajes llevaban a cabo.

De entre ellos, destacamos como muestra los dos siguientes (el primero, de David Brasfield, humorista norteamericano que con frecuencia firma como Brass; el segundo, del humorista argentino Alejo, aparecido en su blog “Te lo digo con humor” el 12 de febrero de 2009):








































Los llamados factores de riesgo psicosocial en el trabajo se definen como las interacciones entre el trabajo, su medio ambiente y las condiciones de su organización, por una parte, y por otra, las capacidades del trabajador, sus necesidades, su cultura y su situación personal fuera del trabajo, todo lo cual, a través de percepciones y experiencias, puede influir en la salud y en el rendimiento y/o la satisfacción en el trabajo. Los factores de riesgo de tipo psicosocial existen de forma objetiva, no dependen de interpretaciones o valoraciones subjetivas, forman parte de las condiciones de trabajo y deben ser tenidos en cuenta en la evaluación integral de los riesgos laborales de la empresa, pues existe evidencia de que pueden influir (a veces, de forma importante) sobre la salud de los trabajadores.

Algunos autores llaman la atención sobre el hecho de que, precisamente, los trabajos excesivamente tediosos y carentes por completo de estímulos intelectuales pueden constituirse en factores de riesgo por sí mismos: el trabajador se aburre, se desinteresa por lo que está haciendo, tiene la percepción de que no es necesario concentrarse en demasía para ejecutar las tareas, y ello puede conllevar una pérdida de atención que propicie los accidentes o, como mínimo, una falta de satisfacción personal que repercuta negativamente sobre su autoestima o sobre su rendimiento en el trabajo. Es el fenómeno que recibe el nombre de “bore-out (por contraposición a burnout, del cual hablaremos en otra entrada posterior), y Jack Corbett lo plasma de forma muy acertada utilizando para ello un grupo de hormigas:
















Además de lo mencionado, el estrés, el acoso laboral, la nocturnidad... todas esas circunstancias constituyen factores susceptibles de incidir sobre la salud de los trabajadores, su satisfacción o su rendimiento. Como puede deducirse, los factores de riesgo psicosocial son múltiples y muy variados. Aprovecharemos, entonces, algunas entradas posteriores para conocerlos mejor.

sábado, 30 de julio de 2011

Las teorías sobre el "déjà vu"


La sensación que recibe el nombre de “déjà vu” (paramnesia) se conoce desde hace mucho tiempo (San Agustín hablaba, por ejemplo, de “la falsa memoria”), si bien no se llamó de esa forma hasta que el filósofo francés Émile Boirac (también conocido por sus investigaciones en parapsicología) empezó a denominarla con esa expresión en las últimas décadas del siglo XIX. Es un fenómeno, como decíamos en nuestra entrada anterior, muy común: dependiendo del estudio de que se trate, podemos encontrar que se menciona que entre un 30% y un 96% de la población general refiere haberlo experimentado en alguna ocasión.

No conocemos sus causas, aunque se ha especulado mucho al respecto. Como puede suponerse, hay múltiples teorías místicas y fantasiosas al respecto: quienes creen en la reencarnación, por ejemplo, defienden que el fenómeno de déjà vu es la prueba de que nadie está en el mundo por primera vez, de que todos hemos tenido alguna vida anterior (sería, entonces, algo así como lo que le ocurre a Derek, el protagonista de este chiste de Mark Parisi aparecido en su blog Off the Mark el 14 de agosto de 2003):























Pero esas, por supuesto, no son teorías científicas.

Desde el punto de vista científico, una de las teorías más aceptadas durante años lo relacionaba con el procesamiento de la información visual: se argumentaba que la información de un ojo podría llegar a uno de los dos hemisferios cerebrales con un poco de adelanto, procesándose como si se tratase de memoria cuando se comunicaba al segundo hemisferio (como un recuerdo impreciso, imposible de delimitar o identificar con claridad): esa pequeña diferencia de tiempo en la llegada de la información al cerebro por dos vías diferentes sería lo que daría lugar a la sensación de reconocimiento de algo que se experimenta por vez primera. Resulta evidente que es a esta teoría a la que se refiere el chiste titulado Carrusel que Alberto Montt incluyó en su blog Dosis Diarias el 14 de diciembre de 2007:

















Sin embargo, existen evidencias que se oponen a la teoría descrita, como es el hecho de que las personas ciegas también pueden experimentar este fenómeno, que se desencadenaría, en ellos, por olores o sonidos.

Hoy pensamos, más bien, que se trata de una consecuencia de la activación anómala (lo cual no quiere decir patológica, pues, como hemos visto, ocurre con frecuencia en las personas sanas) del lóbulo temporal del cerebro, y ese sería el motivo por el cual es más frecuente en las personas que experimentan epilepsia temporal. Al fin y al cabo, la epilepsia es precisamente la consecuencia de una activación anómala de alguna región cerebral, y sus manifestaciones clínicas (que pueden ser tremendamente variadas) dependen de la región concreta que se activa.

Puede deducirse que las pruebas de imagen, que en la actualidad tienen potencia suficiente como para detectar las áreas del cerebro que se activan en cada proceso mental (podemos conocer cuáles son las regiones cerebrales que se activan cuando una persona intenta recordar algo remoto, cuando resuelve problemas de cálculo, cuando experimenta alegría o tristeza, ...), podrán proporcionar información relevante al respecto. Y es cierto, tenemos esperanzas en esa posibilidad. El problema, y la causa por la que aún no disponemos de ese conocimiento, es que la sensación de déjà vu no puede provocarse a voluntad: aparece ocasionalmente, cuando uno menos se lo espera. Topamos, entonces, con una especie de círculo vicioso: precisamente porque no sabemos qué es lo que produce el fenómeno (y no podemos, por tanto, provocarlo intencionadamente en un experimento), resulta difícil seguir avanzando en el conocimiento de sus causas.

domingo, 17 de julio de 2011

Déjà vu.


No todos los días se encuentra uno con un chiste que incluya la descripción precisa de un fenómeno clínico, pero ese es el caso del chiste de Vergara que apareció en Público el pasado 29 de junio:










Para bromear acerca de sus escasas expectativas respecto al Debate sobre el Estado de la Nación de este año 2011 (a punto, entonces, de celebrarse), Vergara recupera el concepto de déjà vu, que, es, en efecto, una expresión francesa (cuyo significado literal es “ya visto”) utilizada en clínica para referirse una alteración de la memoria (también llamada paramnesia) consistente en la sensación de recordar situaciones que nunca se han vivido antes, es decir, es la sensación de haber estado antes en una situación que, sin embargo, en realidad está ocurriendo por vez primera. Como si, al ver un debate televisado en directo (que es a lo que se refería el humorista) tuviésemos la sensación de que se trata una retransmisión en diferido, porque no aporta nada sobre lo que ya habíamos visto en otras ocasiones.

O como si, al leer un titular de la prensa, tuviésemos la sensación de que ya lo habíamos leído. Stahler, el 6 de junio de 2008, jugaba en The Columbus Dispatch con esta sensación para plasmar la sensación angustiosa de ser testigo de cómo los precios de la gasolina suben y suben... sin techo aparente:


















También Mark Parisi, en su página Off the mark.com, usó el concepto con inteligencia en un chiste de 2004 que, si bien a diferencia del de Vergara no incluye la descripción del fenómeno, sí lo plasma a la perfección con una escena doméstica:






















La presentación ocasional de este trastorno no tiene significación patológica: prácticamente todos, sanos o enfermos, hemos experimentado en alguna ocasión la falsa sensación de haber estado antes en un sitio concreto, de conocer ya a alguien a quien no hemos visto nunca, de haber hecho en el pasado algo que, en realidad, hacemos por primera vez. Se dice, no obstante, que este fenómeno es más frecuente en determinados síndromes clínicos, como la esquizofrenia y la epilepsia temporal, en los cuales se alteran determinados circuitos neuronales.

Son muchos los autores que han dibujado chistes sobre este concepto, pero la mayoría de ellos se basan en el recurso de presentar situaciones en las que los personajes experimentan la sensación (incómoda, a veces) de haber estado allí ya antes. A veces, lo consiguen con un simple dibujo, sin necesidad de diálogos, como estos ejemplos de Paul Kinsella y de Dave Carpenter:













































Otras veces, como en el caso del chiste con el que queremos cerrar esta entrada, basan su gracia precisamente en el diálogo. Se trata de una historieta breve, titulada Health Care Déjà vu (que ni siquiera está firmada) ofrecida como recurso gratuito en la página web de la Canadian Interprofessional Health Collaborative (CIHC), cuyo autor o autora ha cedido los derechos a la misma (hemos solicitado a la CIHC la identidad del autor, pero en su respuesta nos invitan a atribuir el chiste a la propia institución):




















Describiremos inicialmente la secuencia para después comentarla: el profesional que recibe a la usuaria de un servicio o centro sanitario le pregunta algo así como: “Cuénteme, ¿qué le ocurre?” (obviamente, la traducción no es literal, pero es que la traducción literal suena un poco ridícula en nuestro idioma); el médico que le va a atender, le pregunta exactamente lo mismo; la persona encargada de hacer las pruebas o exploraciones diagnósticas que se le han pedido formula de nuevo la misma pregunta: “Cuénteme, ¿qué le ocurre?”. Y, finalmente, mientras la fisioterapeuta inicia el tratamiento prescrito, vuelve a preguntarle: “Cuénteme, ¿qué le ocurre?”. La paciente, perpleja, se interroga a sí misma: “¡¿Pero es que estas personas nunca hablan unos con otros?!”.

Es obvio que este chiste incluye una crítica bastante explícita a la comunicación (que, evidentemente, considera deficiente) entre los distintos servicios sanitarios que prestan asistencia a un mismo paciente durante un mismo proceso (lo que en el argot técnico llamamos “comunicación interniveles para garantizar la continuidad asistencial”). Sin duda, en muchos casos esa comunicación es susceptible de mejorar. Sin embargo, cada profesional sanitario conoce mejor que nadie las peculiaridades de la asistencia que presta o del servicio que ofrece, por lo que, aún cuando se le haya proporcionado información previa, no es censurable (sino todo lo contrario) que quiera recabar información de primera mano, directamente del paciente, pues pueden existir datos importantes para su parcela asistencial que otros profesionales bienintencionados han considerado irrelevantes o al menos no tan importantes como para incluirlos en la información que le han hecho llegar. Por ello, este tipo de déjà vu (el hecho de que un paciente tenga la sensación de que los distintos profesionales sanitarios que intervienen en su asistencia le preguntan reiteradamente sobre su problema de salud) no sólo no es patológico, sino que, a nuestro juicio, resulta sanísimo.

jueves, 7 de julio de 2011

Sabré de ti.

Los norteamericanos han acuñado una expresión que usan con ánimo despectivo: "I'll see you in the cartoons" ("te veré en los chistes de la prensa", o "sabré de ti por los chistes del periódico").

Atribuir una connotación peyorativa a esa frase es ignorar cuán serios pueden llegar a ser los chistes de la prensa; cuán respetuosos.

Montoro, por el contrario, lo sabe bien:
















                             (La Razón, 06/07/2011).

Enhorabuena.

martes, 5 de julio de 2011

Sobre el derecho a la protección de la salud.


En nuestra última entrada, hablamos de la llamada “Ley Antitabaco”, y hemos encontrado en ella un adecuado punto de partida para abordar el concepto de “protección de la salud”.

El Artículo 43 de nuestra vigente Constitución Española de 1978 se inicia con una frase que se constituye en fundamento de nuestro actual Sistema Nacional de Salud: “Se reconoce el derecho a la protección de la salud”.

Poco después de que se promulgase la Constitución Española de 1978, Forges publicó su obra titulada “La Constitución”, en la cual analizaba la Carta Magna, artículo por artículo, e ilustraba cada uno de ellos con un chiste alusivo.

El chiste que Forges proponía para acompañar al mencionado Artículo 43 mostraba a un oculista intentando diagnosticar un problema de visión a su paciente:










No cabe duda de que el chiste es adecuado, pues la asistencia sanitaria es una de las medidas puestas en marcha para satisfacer ese derecho a la protección de la salud. Sin embargo, no son sinónimos: el derecho a la protección de salud es un concepto mucho más amplio que el de asistencia sanitaria.

El derecho a la protección de la salud incluye, además de lo anterior, todas las medidas encaminadas a la prevención de enfermedades y a la promoción de la salud. Como, por ejemplo, la educación sanitaria de la población: fomentar en los niños, desde la escuela, el hábito de lavarse los dientes después de las comidas es una medida que contribuye a la promoción de la salud.

La Constitución, en el mismo Artículo mencionado, continúa diciendo: “Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La Ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.”

Cualquier medida orientada a proteger la salud de la población se incluye dentro de las actuaciones desarrolladas para satisfacer el derecho a la protección de la salud. Y con ese objetivo no solamente actúa el Ministerio de Sanidad (que, en la actualidad, en España, recibe el nombre de Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad): los demás Ministerios, y las otras Administraciones Públicas, también pueden poner en marcha (y, de hecho, lo hacen) medidas destinadas a proteger la salud de la población. Por ejemplo, el Ministerio de Trabajo (que, en la actualidad, en España, se llama Ministerio de Trabajo e Inmigración), cuando articula medidas para evitar accidentes de trabajo o enfermedades profesionales en el contexto de la prevención de riesgos laborales, está protegiendo la salud de los trabajadores. Cuando el Ministerio del Interior potencia la lucha contra el tráfico de drogas, o pone en marcha una campaña de concienciación para evitar accidentes de tráfico, está fomentando la salud pública. Cuando los Ayuntamientos prohíben a los dueños de las mascotas dejar los excrementos de las mismas en la vía pública, están protegiendo la salud de los ciudadanos.

Ya vimos en nuestra entrada inmediatamente anterior que las últimas medidas recogidas en la llamada Ley Antitabaco de 2011 se justificaban principalmente en la protección de la salud de los menores y de los trabajadores del sector de la hostelería.

Son medidas, todas las descritas, de las que se espera que tengan como consecuencia una mejora de la salud de la población. No obstante, a veces, aún sabiendo eso, interpretamos las prohibiciones como interferencias con nuestra libertad de elección, y tendemos a rebelarnos contra ellas, como reflejan la portada de El Jueves nº 1763, firmada por Manel Fontdevila y José Luis Martín, y el chiste de Fritz aparecido en el nº 4 de El Clímaco:


































Individualmente, podemos considerar que tales medidas son injustas, desproporcionadas, inútiles... Podemos, incluso, atribuirles un efecto contrario al pretendido, como refleja este chiste de El Roto, aparecido ayer 4 de julio en el diario El País.























Podremos, en definitiva, suponer que son más o menos acertadas, más o menos eficaces (algo que, en sentido estricto, no podremos saber hasta que, con posterioridad, puedan medirse sus efectos), pero de lo que no cabe duda es de que no son caprichos ni modas, ni se trata de una misión exclusiva de un Ministerio concreto: cualquier Departamento ministerial puede y debe contribuir a la protección de la salud. Y cualquier Administración: las Comunidades Autónomas tienen funciones trascendentales en ello; de hecho, las actuaciones de asistencia sanitaria están encomendadas a ellas (y ese es el motivo por el cual tenemos tantos servicios públicos de salud diferentes, los cuales suelen incluir en su denominación una referencia a la Comunidad Autónoma de la que dependen). Y la Administración local (Ayuntamientos, Diputaciones) también tiene competencias concretas en este ámbito. Incluso las instituciones o empresas privadas debe hacer una evaluación cuidadosa de las posibles repercusiones sobre la salud pública de sus actuaciones, y esa evaluación es determinante a la hora de autorizar o vetar un proyecto: existen leyes o reglamentos que así lo establecen, normas emanadas de los poderes públicos para garantizar nuestro derecho a la protección de la salud.

Los Colegios Oficiales de las profesiones sanitarias, como este Colegio Oficial de Médicos de Málaga, también contribuyen, pues tienen, entre otras funciones, la de velar por el adecuado cumplimiento del ejercicio de dichas profesiones.

Incluso este mismo blog, con su vocación de transmitir de forma constante información y aclarar conceptos, pretende realizar una modesta contribución a la protección de la salud.

domingo, 12 de junio de 2011

Un chiste antitabaco


El diario ABC convoca desde 1966 el Premio Mingote de humor gráfico, el cual recae cada año en el autor de un chiste concreto que los miembros del jurado consideran el mejor de entre los publicados en un medio de comunicación durante todo el año previo.

Entre los galardonados en años anteriores están dibujantes tan conocidos como el propio Mingote, Chumy Chumez, Máximo, Summers, Peridis, ...

La semana pasada se hizo público el nombre del ganador del premio correspondiente a este año 2011, y se trata de Enric Arenós Cortés, autor que firma como “Quique”. La viñeta ganadora apareció el 24 de diciembre del 2010 en el periódico Mediterráneo, de Castellón.

El chiste en cuestión hace referencia a la popularmente conocida como “Ley antitabaco” (concretamente, se trata de la Ley 42/2010, de 30 de diciembre, por la que se modifica la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco), la cual, aunque ya había sido anunciada y era ampliamente conocida (en palabras del propio autor del chiste, “era un tema de rabiosa actualidad entonces”), se publicó en el Boletín Oficial del Estado exactamente una semana más tarde, y entró en vigor el 2 de enero de 2011 . Quique fusionaba en su dibujo el espíritu de la mencionada Ley con la iconografía propia de la Navidad:














Ciertamente, la reciente Ley antitabaco, la cual amplía la prohibición de fumar a lugares en los que la anterior Ley de 2005 lo permitía, defiende en su preámbulo que tal ampliación de la prohibición pretende proteger muy especialmente a los menores y a los trabajadores de la hostelería.

Los menores constituyen, sin duda, un grupo de población especialmente vulnerable a la exposición al humo del tabaco en el ambiente (el llamado tabaquismo pasivo), pues se ha demostrado que tal exposición puede asociarse con el desarrollo por parte de ellos de enfermedades diversas, fundamentalmente respiratorias y cardiovasculares, o agravamiento de las ya existentes.

Respecto a los trabajadores de la hostelería, la Ley antitabaco tiene en cuenta, en consideración a ellos, que los bares y restaurantes son lugares de trabajo, y hace extensiva a tales locales la prohibición de fumar en lugares de trabajo que ya establecía la Ley de 2005.

Básicamente, entonces, la Ley antitabaco que entró en vigor en enero prohíbe fumar en cualquier tipo de local cerrado de uso público o colectivo (con algunas excepciones, como los llamados clubes privados de fumadores, en los que no se permite la venta de productos consumibles para evitar que bares o restaurantes puedan cambiar su nombre con intención de sortear la prohibición; algunas habitaciones de hotel; o zonas habilitadas al efecto en establecimientos penitenciarios y establecimientos psiquiátricos de media y larga estancia). También prohíbe fumar en algunos lugares al aire libre: recintos de los parques infantiles y áreas de juego para la infancia y los espacios abiertos comprendidos en el recinto de centros, servicios o establecimientos sanitarios y de centros docentes y formativos para niños o adolescentes.

domingo, 5 de junio de 2011

30 años de sida en el mundo


Hoy, 5 de junio de 2011, hace exactamente 30 años que una agencia sanitaria de Estados Unidos (el Centro para Control y Prevención de Enfermedades) alertó sobre la aparición de los primeros casos de la enfermedad que después (merced a un consenso de expertos alcanzado en un congreso en Washington en 1982) sería conocida como síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). Se trataba de un síndrome hasta entonces desconocido que producía una inmunodeficiencia grave (una bajada importante de las defensas del sistema inmunitario) que hacía a las personas afectas vulnerables a todo tipo de infecciones y predisponía también a diversos tipos de tumores.

Fue el inicio de una pandemia que, hasta la fecha, ha costado la vida a decenas de millones de personas en todo el mundo y ha condicionado la vida de muchas otras.

El descubrimiento, entre 1983 y 1984, del virus responsable (más tarde llamado virus de la inmunodeficiencia humana, abreviado con el acrónimo VIH en español y HIV en inglés) condujo a que se dedicaran enormes esfuerzos a la investigación del problema, y en los años siguientes mejoró sustancialmente nuestro conocimiento del sistema inmunitario y de la forma en que podían actuar sobre el mismo los virus en general y este virus en particular.

En poco tiempo, supimos cuáles eran los mecanismos de contagio, a través de contacto con sangre de los portadores o por contacto con semen o fluidos vaginales (por tener relaciones sexuales sin preservativo), o de madre a hijos (mecanismo de transmisión que recibe el nombre de “vertical”, y del cual sabemos que puede tener lugar fundamentalmente en el momento del parto). Lógicamente, se dejó de hablar de “grupos de riesgo”, pues ya era una evidencia que la enfermedad no respetaba a nadie, y que cualquiera podía contagiarse si se exponía: lo adecuado, pues, es hablar de comportamientos o prácticas de riesgo.

Algún tiempo después, se descubrió un tratamiento eficaz (la llamada terapia antirretroviral de gran actividad) para evitar la progresión de la enfermedad: en la actualidad, manteniendo un adecuado cumplimiento del tratamiento farmacológico prescrito y un adecuado seguimiento que permita abordar precozmente las posibles complicaciones, la gran mayoría de las personas afectas pueden disfrutar una buena calidad de vida durante años y décadas.

Las precauciones frente a posibles contagios, no obstante, deben mantenerse, aún cuando los niveles de virus (cuyo nombre técnico es “carga viral”) en la sangre del portador se puedan reducir considerablemente, pues esa una circunstancia variable en función de muchos factores. Tal vez eso haya contribuido a que el rechazo social a la enfermedad y a los portadores (se trata de una enfermedad socialmente estigmatizante, en el sentido que referíamos en una entrada anterior) siga estando presente, si bien no ya con el nivel de alarma que existía en los primeros años.

Otro problema importante, lógicamente, es el de los países en los cuales el tratamiento no está disponible para todas las personas que lo necesitan.

Con frecuencia, el humor gráfico se ha utilizado desde muy diversas instituciones (incluidas las responsables de la protección de la salud) para transmitir mensajes a la población. Uno de los ejemplos más paradigmáticos en España tuvo lugar en los primeros años de la pandemia de sida.

En 1989, el Ministerio de Sanidad y Consumo español comenzó a divulgar una campaña de información avalada por la OMS en la que se buscaba concienciar a la población acerca de las prácticas de riesgo que podían tener como consecuencia la transmisión de la enfermedad. La campaña, que también tuvo versión animada en forma de anuncios de televisión, bajo el lema “Sí da; no da. No cambies tu vida por el sida”, utilizaba dibujos simpáticos en los que la representación de los varones y de las mujeres se simplificaba en extremo. Presentando a esos muñecos en situaciones diversas, se enseñaba a los ciudadanos cuáles eran aquellos comportamientos que implicaban riesgo de contagio (relaciones sexuales sin preservativo, compartir jeringuillas o maquinillas de afeitar, ...) y cuáles, por el contrario, no se consideraban peligrosos (mantener relaciones sexuales con uso adecuado del preservativo, compartir retretes en lugares públicos, ...):

































"Si da, no da. No cambies tu vida por el sida", se convirtió en uno de los eslóganes más famosos relacionados con la enfermedad. Y sus protagonistas llegaron a ser tan conocidos que podían identificarse, sin necesidad de aclaración, en cualquier sitio donde se presentaran, como demuestra este chiste mudo de Mingote, aparecido en el diario ABC ese mismo año:


domingo, 29 de mayo de 2011

Participación ciudadana.


Si la aseveración que justifica el título de este blog (“Por el humor se sabe dónde está el fuego”) es cierta, no cabe duda de que durante la semana pasada (del 16 al 22 de mayo) las calles y plazas de nuestras principales ciudades (con el foco de ignición en la Puerta del Sol de Madrid) han estado ardiendo de forma ininterrumpida: porque las concentraciones y acampadas de los autodenominados “indignados” del movimiento conocido como 15-M no solamente han ocupado cada día las portadas de nuestros principales periódicos, sino que, y a esto es a lo que nos referimos, la inmensa mayoría de los humoristas gráficos que han publicado en la prensa diaria española les ha dedicado atención: una atención más o menos intensa, con una valoración más o menos explícita (y de diverso signo) del fenómeno, pero casi todos los humoristas gráficos durante esa semana han sido conscientes de que lo que más interesaba a la opinión pública (mucho más, sin duda, que los actos de campaña desarrollados por los distintos partidos, que han quedado en un clarísimo segundo plano) era precisamente ese tema.

Algunos de esos chistes hicieron referencia al origen del fenómeno en las redes sociales, como el de MEL aparecido el 18 de mayo en El Diario de Cádiz, que fue muy celebrado en Internet durante los días posteriores a su publicación:


Otros se centran en las reacciones de la sociedad española frente al asunto, como este otro también de MEL, publicado al día siguiente en el mismo periódico, que evidencia las contradicciones de algunos analistas:










Puestos a analizar el significado o las consecuencias del movimiento, es difícil, probablemente, ser más elocuente que la excelente viñeta de El Roto que apareció en El País el mismo día 18:























Hay otros chistes que, por el contrario, nos han parecido más difíciles de entender, como este de Esteban publicado en La Razón el 21 de mayo:
















Y nos ha costado más trabajo entenderlo porque parece encerrar una valoración despectiva del movimiento basada en atribuirle la pretensión de que “no tener nada mejor que hacer sea declarado de interés general”, cuando no cabe la menor duda de que el hecho de que decenas de miles de personas no tengan (por utilizar las mismas palabras que el autor) “nada mejor que hacer” que echarse a la calle para manifestar su descontento, o que decenas de miles de personas sean capaces de desafiar la ley al concentrarse pacíficamente en espacios públicos como signo de protesta durante la llamada jornada de reflexión a pesar de la prohibición expresa de la Junta Electoral Central es (y no “debería ser”, sino que es), evidentemente, un fenómeno de interés general: durante esa semana, las portadas de todos los periódicos generalistas y la mayoría de sus secciones de humor gráfico así lo prueban.

Tratándose de un movimiento espontáneo, sin consignas predeterminadas, en el que cualquier participante podía expresarse libremente mediante carteles, pancartas o anotaciones improvisadas, resulta interesante ver qué protestas estaban relacionadas con aspectos sanitarios. Aunque otros servicios o competencias públicas eran objeto de múltiples reproches, denostar la atención prestada a través del Sistema Nacional de Salud no era uno de los objetivos (al menos, mayoritarios) de los manifestantes. Aunque el mobiliario urbano en las múltiples plazas ocupadas estaba cubierto de papel con expresiones de descontento y protesta, no era frecuente encontrar frases que se quejaran precisamente de la provisión de servicios sanitarios: un dato importante para la reflexión y, en nuestra opinión, un motivo de orgullo para quienes día a día se encargan de ese cometido.

Las referencias más habituales a los aspectos sanitarios se centraban en el temor a posibles restricciones presupuestarias que pudieran condicionar, después de las elecciones, cierre de servicios o recorte de prestaciones, como acertadamente recogía Manel Fontdevila en la portada de El Jueves nº 1773, que precisamente podía verse en los quioscos durante esos días:
























En fechas posteriores, superada ya la tensión de la inminencia de las votaciones, los acampados han debatido con más sosiego para consensuar propuestas, y han hablado, entre otros muchísimos temas, de las listas de espera (llegando a proponer aumentar la contratación personal sanitario hasta acabar con las mismas), uno de los factores que la población más percibe como evidencia de deterioro de la calidad del sistema, y que constituye una preocupación social desde mucho tiempo atrás, como evidencian estos dos chistes de Tom, aparecidos ambos en El Jueves nº 524 el 10 de junio de 1987, poco más de un año después de que la llamada Ley General de Sanidad sentara las bases de nuestro actual Sistema Nacional de Salud (algo de lo que también hablaremos en el futuro):































...un Sistema Nacional de Salud que precisamente establece, entre su principios generales, que “los servicios públicos de salud se organizarán de manera que sea posible articular la participación comunitaria” nada menos que “en la formulación de la política sanitaria y en el control de su ejecución”.

domingo, 22 de mayo de 2011

Los ftalatos.

El pasado 30 de marzo, cuando la prensa ya había empezado a hacerse eco a diario de la lucha de los japoneses por controlar el desastre de Fukushima, Olivero publicó en su blog Olivero, dessin de presse un chiste sobre contaminación nuclear que va a permitirnos hacer un paréntesis para abordar un tema diferente:






















En el chiste, el primero de los personajes informa de que el agua del grifo está contaminada, y ofrece a su compañero beber agua embotellada. El segundo personaje declina la invitación y rechaza la botella, argumentando que no quiere “ftalatos”.

Los ftalatos son un grupo de compuestos químicos derivados del ácido ftálico que se añaden a los plásticos para ablandar y aumentar la flexibilidad de éstos (las sustancias que se emplean en la fabricación de plásticos con esa finalidad reciben el nombre genérico de plastificantes). Sin embargo, al no quedar químicamente unidos a la matriz plástica, pueden desprenderse con el tiempo y el uso y emigrar al ambiente, y de esta forma puede tener lugar la exposición del ser humano.

Aunque no conocemos bien los posibles efectos sobre la salud humana de la exposición a los ftalatos, las conclusiones de estudios hechos con animales aconsejan tomar precauciones respecto a algunas de estas sustancias, pues sabemos que superar ciertos niveles de exposición a distintos ftalatos puede provocar efectos perjudiciales en aquéllos. Evidentemente, no pueden hacerse estudios experimentales con estas sustancias en el ser humano, pues si se sabe o se sospecha que tienen carácter tóxico, no es posible (no es ético, ni es lícito) administrarlos intencionadamente a los participantes en el estudio.

A partir de 1999 la Comisión Europea prohibió el uso de ftalatos en juguetes para niños, considerando que estas sustancias pueden ser especialmente peligrosas en los juguetes que los bebés y los niños pequeños se introducen en la boca, pues la absorción de ftalatos por este mecanismo podría exceder la dosis máxima diaria que se considera segura para el ser humano, y tener repercusiones a largo plazo en la salud.

Se han prohibido seis ftalatos en este tipo de juguetes: el di(2-etilhexil)ftalato (DEHP), el dibutilftalato (DBP o DNBP) y el butilbencilftalato (BBP), que podrían tener efectos negativos sobre la reproducción o el desarrollo; el diisononilftalato (DINP) y el diisodecilftalato (DIDP), que podrían tener efectos negativos sobre el hígado; y el dinoctilftalato (DNOP), que podría tener efectos negativos sobre el hígado y sobre la glándula tiroides.

En 2005, la prohibición se hizo permanente mediante la Directiva europea (2005/84/EC), que es de obligado cumplimiento para todos los países miembros. La Directiva amplió la prohibición para añadir no únicamente juguetes sino también productos de puericultura que los niños pequeños pudieran igualmente introducirse en la boca (un artículo de puericultura es cualquier producto destinado a facilitar el sueño o la relajación, como los chupetes, la higiene, la alimentación o la succión de los niños, como las tetinas de los biberones).

Por el contrario, las botellas de agua suelen fabricarse con Tereftalato de polietileno (también llamado politereftalato de etileno, polietilentereftalato o polietileno Tereftalato), más conocido por las siglas de su nombre en inglés (PET, de Polyethylene Terephtalate), que frecuentemente podemos identificar en las etiquetas de los envases. Se trata de un tipo de plástico que pertenece al grupo de materiales sintéticos denominados poliésteres. Ha superado los controles necesarios para su uso en materiales que se encuentren en contacto con productos alimenticios, pues no es tóxico y, a pesar de que su nombre contiene la palabra “ftalato”, no libera ftalatos a los alimentos o líquidos con los que pueda estar en contacto. Es, además, totalmente reciclable. Todo ello lo convierte en candidato ideal para la fabricación de botellas para agua mineral o refrescos carbonatados (de hecho, en España la normativa de aplicación, actualizada en enero de 2011, establece que los envases se tratarán o fabricarán de forma que se evite cualquier alteración de las características químicas de las aguas).

No obstante, es probablemente la similitud de su nombre la que hace que muchas personas lo relacionen con los ftalatos y se muestren, por ello, injustificadamente recelosos ante su utilización. Lo cual explica la perplejidad puesta de manifiesto en este chiste de Cathy Thorne aparecido en su página web (Everyday People Cartoons) en septiembre de 2008:

martes, 10 de mayo de 2011

Conceptos de accidente e incidente.


En contraste con la inquebrantable fe en las instituciones de que hacían gala los personajes ficción de los que hablábamos en nuestras dos entradas anteriores, la reacción más frecuentemente plasmada en los chistes gráficos publicados en las semanas posteriores al desastre de Fukushima es la desconfianza hacia las mismas.

Desconfianza, por un lado, hacia su capacidad para gestionar la crisis mencionada o para evitar crisis futuras en otras centrales nucleares, como queda patente en estos chistes de Faro, aparecidos en su página web los días 17 y 19 de marzo de este año:
































Y desconfianza también, por otra parte, hacia los mensajes institucionales que proporcionan información sobre los detalles del accidente o, de forma extensiva, sobre los riesgos que entraña la energía nuclear, asumiendo que sistemáticamente tenderán a minimizarlos. Un claro ejemplo de esto lo constituye el chiste de Briant Arnold aparecido en Cartoon a Day el 25 de marzo:


















Incluso en este otro chiste de Faro, aparecido en su página web el 7 de abril, cuando el personaje que habla alude a alguien que les proporcionó una información ilusionante que resultó no corresponderse con la dramática realidad, no es difícil que el lector identifique a esa tercera persona del plural con los poderes públicos:
















Y es en la siguiente obra del mismo autor, que data también del 25 de marzo, en la que queríamos detenernos, porque nos va a permitir abordar los conceptos de accidente e incidente:
















En primer lugar, hemos de decir que la acepción con que aquí se usa el término “incidente” no está aún recogida en el Diccionario de la Real Academia Española. Estamos, por tanto, moviéndonos en el terreno de los tecnicismos (es decir, de los términos técnicos, empleados en una disciplina de forma exclusiva o, como en este caso, con una acepción diferente de la que tiene en el lenguaje común).

En la legislación laboral, el accidente de trabajo está definido de forma expresa: podemos entender por tal “toda lesión corporal que el trabajador sufra con ocasión o por consecuencia del trabajo”. En el pasado, esta definición sólo era aplicable a quienes trabajaban por cuenta ajena, pero en la actualidad la protección por accidente de trabajo puede extenderse también a quienes trabajan por cuenta propia.

En el mismo ámbito, se denomina incidente a cualquier suceso no esperado ni deseado que NO dando lugar a pérdidas de la salud o lesiones a las personas, puede ocasionar daños materiales (a la propiedad, equipos, productos) o al medio ambiente, pérdidas de producción o aumento de las responsabilidades legales. Son, por tanto, los eventos anormales, indeseados, que se presentan en una actividad laboral y que conllevan un riesgo potencial de lesiones o daños materiales, pero en los cuales no se concretan lesiones corporales (pues, en caso de concretarse, ya hablaríamos de accidente). Puesto que no ocasionan lesiones a los trabajadores expuestos, también se les ha llamado “accidentes blancos”.

Resulta evidente que no son estas las acepciones con que dichos términos se usan en el lenguaje coloquial, pero resulta igualmente evidente que es a ésto a lo que el autor arriba mencionado se está refiriendo.